Un portazo. Se quedó mirando la puerta, anonadado, tenso. ¿De verdad se había ido? Corrió hasta la ventana y apoyó la frente contra el cristal. Cuando vio su figura atravesar la calle, cerró los ojos. Sí, se marchaba. Una lágrima abandonó sus ojos y se precipitó en picado hasta el suelo. Tal cual había ido su relación: en picado. Y había tocado fondo.
Se sentó en el suelo, agotado, e intentó dar crédito a lo que estaba sucediendo. No podía. Se repitió una y otra vez que la culpa había sido suya, que había dejado de demostrarle lo importante que era para él, de prestarle atención y de, simplemente, poder hablar sin discutir.
Y es en ese momento cuando todos los traicioneros recuerdos vuelan a la cabeza, viendo la felicidad de días atrás. Pero los recuerdos malos no vuelven, al menos, en ese instante, y por ello se hace incapaz de ver la realidad, atisbando únicamente la parte positiva de algo acabado.
Semanas, o incluso meses, después, el sueño le echa a patadas para llegar hasta la realidad y así poder aceptar que el bonito cuento en realidad no era más que una aburrida relación con algún alegre y cariñoso momento entremedia. Entonces comprendió, aliviado, que aquella mujer a la que había amado y amaba había hecho bien al marcharse. Le estaría agradecido, a pesar del dolor que seguía cobijándose en su interior. Cuando algo termina, comienza algo mejor.
Me está entrando el gusanillo ese de la envidia al ver todo lo que has escrito mientras que yo no estaba. Bonito texto.
ResponderEliminar1 beso :)
Escribes genial,sigue asi:)
ResponderEliminarUn beso!