21 de abril de 2012

Sentirse solo no es lo mismo que estarlo

Caminaba con las manos metidas en los bolsillos. Oía el sonido del mar y la brisa le acariciaba el rostro. La arena se le metía en las zapatillas. Tenía la cabeza gacha y agradecía encontrarse solo entre la oscuridad, nadie podría vislumbrar sus lágrimas. De todos modos, tampoco había nadie allí. Y tampoco le importaba.
Sentía un vacío en su interior, un dolor intenso que le agujereaba el corazón. Se sentía solo. Siguió caminando, lentamente, por la orilla del mar durante horas. Después, atravesó la ciudad, que tan extraña y monótona le parecía, y llegó hasta su casa. Con los ojos aún anegados en lágrimas, le costó encontrar la cerradura.
Antes de que pudiera cerrar la puerta desde dentro, su enorme perro se le abalanzó encima. Casi tan alto como él, lo llenó de lametones. Se apoyó contra la puerta, sentado en el suelo, y abrazó al animal. Este lo cubrió con sus grandes patas y, moviendo el rabo, siguió empapándolo de baba.
En ese instante se dio cuenta de que al menos alguien sí lo quería. Y sonrió. Y lo abrazó más fuerte.
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