31 de agosto de 2011

Un cuento

La joven princesa sin reino nació en una ciudad sin palacio. Atrapada en el lugar de las avaricias y las penas alimentó su día a día de esperanzas, soñando con atravesar el horizonte y descubrir bellos lares donde ser feliz. Y desde "su torre, que no era torre", atisbó a un joven príncipe sin caballo y sin espada, intentando llegar hasta ella, intentar rescatarla de las garras de la soledad.
Cuando a punto estaba de entregarse a la inmensidad de lo desconocido descubrió que su príncipe azul resultó ser marrón y apesadumbrada y deprimida, volvió a "su torre, que no era torre". Con lágrimas en los ojos, anhelando algún joven caballero sin caballo, pasó años escrutando a lo lejos, siempre esperanzada.
Rendida junto a su amiga soledad, decidió darle más importancia a lo que se la había negado siempre. Y entre alegrías y penas descubrió que aquel príncipe sin reino que desde hacía años la cortejaba resultó ocultar un azul bajo su capa blanca. Absorta ante la sorpresa, por descubrir algo al fin que siempre había estado ahí, se rindió a los brazos del heredero de su amor.

Y así, la princesa -sin reino y sin palacio- halló a su príncipe azul -sin título nobiliario- sin buscarlo.

10 de agosto de 2011

Triste, pero real

Un portazo. Se quedó mirando la puerta, anonadado, tenso. ¿De verdad se había ido? Corrió hasta la ventana y apoyó la frente contra el cristal. Cuando vio su figura atravesar la calle, cerró los ojos. Sí, se marchaba. Una lágrima abandonó sus ojos y se precipitó en picado hasta el suelo. Tal cual había ido su relación: en picado. Y había tocado fondo.
Se sentó en el suelo, agotado, e intentó dar crédito a lo que estaba sucediendo. No podía. Se repitió una y otra vez que la culpa había sido suya, que había dejado de demostrarle lo importante que era para él, de prestarle atención y de, simplemente, poder hablar sin discutir.
Y es en ese momento cuando todos los traicioneros recuerdos vuelan a la cabeza, viendo la felicidad de días atrás. Pero los recuerdos malos no vuelven, al menos, en ese instante, y por ello se hace incapaz de ver la realidad, atisbando únicamente la parte positiva de algo acabado.
Semanas, o incluso meses, después, el sueño le echa a patadas para llegar hasta la realidad y así poder aceptar que el bonito cuento en realidad no era más que una aburrida relación con algún alegre y cariñoso momento entremedia. Entonces comprendió, aliviado, que aquella mujer a la que había amado y amaba había hecho bien al marcharse. Le estaría agradecido, a pesar del dolor que seguía cobijándose en su interior. Cuando algo termina, comienza algo mejor.

2 de agosto de 2011

El amor sin hadas

Era una noche fría, con un cielo estrellado y una luna brillante, cuando lo vio por primera vez apoyado contra un árbol de aquel pequeño parque donde muchos jóvenes se recogían en eternas y amenas tertulias. Le gustó. Parecía simpático. Tras conocerse, el encuentro se repitió una y otra vez, sin límites fijados.
La historia se embellecía conforme pasaban los meses. Un día cualquiera, se perdieron en la textura de sus labios, la profundidad de sus bocas y la suavidad de su piel. Y el cuento terminó. No su relación, pero sí el cuento. El cuento de hadas. Los amores y enamorados prefieren saborear la felicidad, tener la certeza de que la romántica historia no conocerá final ninguno, rechazando además cada discusión. Y por ello, ellos siguieron amándose hasta límites insospechados en un final abierto de un bello cuento, pero el otro "ellos" continuó su relación con cada vez más vaga pasión que al principio. Tal vez terminó, tal vez la monotonía se hizo insoportable y estalló. Pero tal vez se casaran y cumplieran las palabras de "hasta que la muerte nos separe", con una sonrisa en los labios, enamorados, jubilosos, aunque los años no los compadeciesen, aunque se viesen demasiado las caras... se querrían.
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