El silencio de la madrugada
mantiene encogido el corazón y abiertos los ojos. Son las horas las que traen
de vuelta el ruido. La puerta está cerrada, nadie tiene manos para abrirla.
Entre el ruido se eleva un tamborileo de golpes. Huele a miedo y algo más. El
olor llega a la calle, pero nadie utiliza el olfato para oler. Empiezan de
nuevo el murmullo estridente de los días y el silencio de las ausencias. La
luna vuelve a quedarse en vilo y, a la madrugada, regresa el ruido. Repiquetean
corazones sordos. La puerta sigue cerrada. Desde dentro no pueden abrirla.
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