Aquella tarde de cielo azul y sol ardiente me cogiste de la mano. Y nos fuimos a pasear entre flores. Las rocé con la yema de mis dedos y pude respirar su aroma, gustoso perfume natural.
Pude acurrucarme en su lecho sin asfixiar a ninguna, ahogando todo triste pensamiento. Y, como quien experimenta tal paz, me dormí. Dulce despertar al encontrarme en aquella maravilla de lugar. No era un dormitorio, no era un salón; era vida. Y pude sentirla. En mí, y en todo.
Azu, me haces extrañar aún más la aturaleza con ese corto. No me gusta la ciudad.
ResponderEliminarUn saludo.
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante."
ResponderEliminarComo siempre es un gusto leerte.
Saludos.
Las aves te miraban extasiadas y las mariposas revoloteaban admirando esa flor desconocida, ese soplo de los dioses que a su lado se acunó.
ResponderEliminarPrecioso relato Lucía